¡DUC IN ALTUM! / "Siguiendo tu palabra echaré las redes" (Lc 5, 4-6)

CURSO 2004-2005

Thursday, March 10, 2005

PUES YO, SI ME VOY MAR ADENTRO SIN BARCA...ME HUNDO


Posted by Hello

Es casi imposible vivir en nuestro país y no estar empapado de los constantes elogios que hacen los medios de comunicación de “Mar Adentro”, última película del director Alejandro Amenábar. Se trata de una emotiva apología de lo que ya se ha hecho una costumbre denominar, erróneamente, eutanasia (buena muerte), llevada a cabo bajo el pretexto de presentar la biografía del señor Ramón Sampedro.
“El testimonio de un hombre que buscó la libertad a través de la muerte” es como formulan los autores la tesis de “Mar Adentro”. El argumento es el siguiente: Ramón lleva treinta años, tetraplégico, postrado en cama. Según él, su única ventana al mundo es la de su habitación, de cara al mar, ese mismo mar en el que tuvo un accidente al zambullirse, que lo dejó con una grave lesión medular. Su familia lo cuida. Desde el momento del trágico acontecimiento, su único deseo es acabar con su vida; según él, “morir dignamente” (¡cómo si el resto de las muertes, las no inducidas, no fueran mucho más dignas! o ¡como si vivir con una enfermedad o invalidez no fuera indiscutiblemente digno!). Con su cautivadora personalidad, intenta ganar para su causa a las dos mujeres que frecuentemente le visitan. Erróneamente cree que “sólo la persona que le ame de verdad, le ayudará a hacer realidad este último viaje” (suicidarse).
No estoy muy segura de que el señor Ramón Sampedro esté demasiado contento al ver, desde el otro mundo, hasta qué punto algunos sacan provecho económico, político y de gloria personal, de su terrible sufrimiento. No he visto la película, no me lo permiten ni la salud ni la economía; pero, aunque pudiera, no lo haría, ni recomendaría a nadie que lo hiciera, especialmente a un cristiano. Los cristianos hemos de tener muy en cuenta que, por el Bautismo, estamos consagrados a Dios; así, en conciencia, debemos escoger sólo aquello que nos acerca a Él, y rechazar el hacer (ver, leer, oír...) aquello que nos aleja, hace peligrar nuestra Fe, o sencillamente nos es inútil para lograr nuestra meta: la santidad. La influencia de esta película es moralmente peligrosa porque con la gran carga emotiva del drama personal del protagonista, nos hace bajar las defensas a fin de adoctrinarnos con ideas muy equivocadas.
En primer lugar hemos de tener en cuenta que se mezclan muchos conceptos. El caso de Ramón Sampedro es realmente insólito. Él nunca quiso desplazarse con una silla de ruedas, para adquirir una cierta autonomía, que es uno de los bienes más preciados para cualquiera que sufre una limitación física importante. No lo motivaban en absoluto las perspectivas de hacer progresos en su movilidad. Probablemente porque el primer problema al que tuvo que enfrentarse, fue la dificultad de superar el trauma de su accidente. A fin de sobrevivir emocionalmente, se aferró a esa idea fija de quitarse la vida, y no encontró otros caminos... ¿Por qué digo esto? ¿Acaso oso juzgarlo? Muy al contrario, me hago cargo perfectamente de hasta qué punto el hecho de ver rota la vida apenas estrenada la juventud, y sufrir las consecuencias, día a día, minuto a minuto, puede agotar las fuerzas psicológicas y emocionales de cualquiera. Toda mi simpatía para Ramón, toda mi admiración hacia él, por cómo llegó a aprender a escribir con la boca, etc.; toda mi camaradería por todos sus esfuerzos por llevar adelante la vida en condiciones tan duras... ¡a lo largo de treinta años!
A pesar de ello, creo que en su orientación vital se equivocó. No lo podemos tomar como un modelo a admirar e imitar. En su tenacidad por conseguir suicidarse no lo podemos considerar un luchador; más bien hemos de compadecerlo y rezar para que Dios, en su infinita Misericordia, siempre sabedor de nuestras debilidades, y de que quizás no era del todo libre psicológicamente, no le tenga en cuenta su suicidio.
Tampoco es el suyo el caso de alguien que padece una enfermedad incurable en fase terminal, con grandes dolores y complicaciones. Pero ni en este último caso sería lícito el suicidio ni el homicidio, pues el único Señor de la vida es Dios. La situación de Ramón Sampedro se asemeja más a la de cualquiera que desea morir porque las circunstancias en las que le ha tocado vivir le parecen insufribles; para otro podría tratarse de la pobreza, la guerra, la pérdida de seres muy queridos, la frustración de una vocación...
Ciertamente, hay situaciones vitales que el hombre no es capaz de soportar solo. Pero desde que Jesús se encarnó y “soportó nuestros sufrimientos y cargó con nuestros dolores”(Is 53, 4), ya no hay situaciones absolutamente desesperadas, pues Él nos ha prometido: “Dios es fiel; Él no permitirá que seáis tentados sobre vuestras fuerzas, sino que con la tentación procurará también el éxito para poderla superar.”(1Cor 10, 13). “Porque en cuanto Él mismo padeció siendo tentado, es capaz de ayudar a los tentados.” (He 2, 18).
Todos nos dirigimos mar adentro, todos tenemos que morir. Pero no todas las maneras de morir llevan al mismo destino. No podremos entrar en la Bienaventuranza Eterna si no hemos cargado nuestra cruz en unión con Cristo y, con Él, en obediencia a la Voluntad el Padre. Si uno avanza mar adentro sin saber nadar, se ahogará. Aunque uno sea de los que se sienten fuertes, sanos y ricos, aunque uno sepa nadar, se agotará y acabará ahogándose igualmente. Porque sólo Jesús ha vencido la muerte, sólo Él con su Pasión y Resurrección nos ha abierto las puertas de la Vida Inmortal, de la libertad con que soñaba Ramón Sampedro. Nosotros, yendo a la nuestra, si vivimos con orgullo de espaldas a Dios, no somos capaces de llegar a buen puerto solos. Sólo se llega cuando uno se adentra en el mar en barco, si uno rema mar adentro en la Barca que Jesús conduce. Esto es lo que el Santo Padre nos aconsejó al empezar el nuevo milenio: remar mar adentro: “Díjole Simón: ¡Maestro! Toda la noche estuvimos trabajando y no pescamos nada; pero, PORQUE TÚ LO DICES, echaré las redes. Lo hicieron así, y capturaron tan gran cantidad de peces que se rompían las redes.” (Llc 5, 4-6). Sólo haciendo lo que dice Jesús, siguiendo humildemente las huellas de Aquél que nos ama de veras y es la Verdad, veremos milagros en nuestra vida; donde todo parecía acabado, vencerá el Amor. No se trata de aguantar la vida con estoicismo sino de dejar que sea el Espíritu Santo con su poder de Amor quien la viva en nosotros. El dilema, en definitiva, es: ¿queremos confiar en Dios, o no?
Quien hubiera amado de verdad a Ramón Sampedro le hubiera ayudado a encontrar el camino del barco que lleva a buen puerto; no le hubiera ayudado a morir antes de tiempo, sino a vivir (como tantos hicieron durante años, efectivamente). Hacer morir a un moribundo o inválido, aunque él así lo pida, no es compasión, ni mucho menos Amor. Amor es acompañarlo padeciendo y amando con él (com-padeciendo); eso es verdaderamente digno y da dignidad. No podemos llamar AMOR a cualquier cosa, AMOR es una palabra Sagrada pues Dios es AMOR.
Aclaremos, no obstante, que tanto los cuidados paliativos como la ortotanasia (dejar morir a su tiempo, sin ensañamiento terapéutico) sí son moralmente correctas, aunque no lo sean ni el suicidio ni el homicidio.
“Mar Adentro” parece ser, pues, una obra de arte al servicio de una mala causa. Su protagonista me parece más digno de oraciones y compasión, que de emulación. Yo prefiero seguir el ejemplo de Jesús, y de otros muchos que, con Él, han elegido el camino de la Vida y de la verdadera libertad.
Pido pues a María Santísima, modelo de confianza en Dios, que nos haga a todos capaces de vivir caminos de Vida y no de muerte y destrucción. Y a San José, patrón de la auténtica buena muerte, que nos la obtenga, llegado el momento.


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